🎸 My Bloody Valentine y la Estirpe del Ruido Melancólico
Hay discos que son solo eso: discos. Y luego está Loveless de My Bloody Valentine. Hablar de ellos es como intentar describir un color que no existe, un sonido que te envuelve hasta la saturación. No fue solo un álbum lanzado en 1991; fue una declaración, un agujero negro que absorbió el rock alternativo y lo escupió transformado, cubierto de capas de guitarra distorsionada, reverb oceánico y melodías pop que luchaban por salir a la superficie. La banda, originaria de Dublín, con el genio atormentado de Kevin Shields al frente, se convirtió en la piedra angular del shoegaze.
Pero, ¿qué sucede cuando una banda redefine la pared de sonido hasta ese punto? Que crea una estirpe. La influencia de My Bloody Valentine no es solo un eco, es una corriente subterránea que alimenta a cientos de artistas. Es la idea de que la belleza puede encontrarse en el volumen ensordecedor y la abstracción.
Los Arquitectos del Rociado Sónico
Antes de que My Bloody Valentine lograra su sonido definitivo, otra banda clave desde Londres había comenzado a experimentar con texturas etéreas y guitarras con flanger y chorus: Cocteau Twins. Su música, impulsada por la voz angelical de Elizabeth Fraser y los paisajes sonoros de Robin Guthrie, sentó las bases para la melancolía dream-pop que My Bloody Valentine llevaría al extremo de la distorsión. Pensemos en álbumes como Heaven or Las Vegas (1990); es el lado brillante y atmosférico de la moneda shoegaze.
Simultáneamente, y a menudo en rivalidad amistosa o abierta, surgieron otros maestros del género en el Reino Unido. Ride, de Oxford, con su álbum debut Nowhere (1990), combinó el ímpetu jangle-pop con ráfagas de ruido psicodélico, creando canciones más estructuradas y directas. Sus melodías, mucho más claras que las sepultadas por Shields, servían de puerta de entrada al género. Eran la versión soleada del shoegaze.
Y no podemos olvidar a Slowdive, de Reading, que con Just for a Day (1991) y el monumental Souvlaki (1993), capturaron una sensación de desapego y belleza onírica que se siente como flotar. Su música, más ambiental y menos estridente que la de My Bloody Valentine, era como mirar el mundo a través de un cristal empañado, una tristeza exquisita.
La Onda se Extiende: Más Allá del Canal de la Mancha
La estética de la saturación y la dulzura enterrada resonó con fuerza en otras costas. En Japón, bandas como Boris han rendido tributo a esa pared de sonido, aunque a menudo fusionándola con elementos de drone y metal.
Pero es en las décadas posteriores donde la impronta de My Bloody Valentine se hace ineludible. Pensemos en bandas como Asobi Seksu, de Nueva York, que en los 2000 recogieron la antorcha del dream-pop ruidoso con un toque pop accesible.
Más recientemente, el shoegaze ha resurgido con una nueva vitalidad. Nothing, de Filadelfia, por ejemplo, abrazó la intensidad sónica con un peso emocional que a menudo se inclina hacia el grunge o el doom metal suave. Han tomado el volumen y la textura densa de Shields y la han usado para articular una desesperación contemporánea.
La música de My Bloody Valentine es un enigma que me recuerda a esos personajes de Nick Hornby, obsesionados con la perfección en una playlist: un sonido que persigues, que sabes que existe en alguna parte, aunque sea difuso. Es la búsqueda constante de la belleza en medio del caos. Y mientras haya guitarristas dispuestos a pisotear su pedal de distorsión hasta romperlo, la estirpe de My Bloody Valentine seguirá creciendo, como una hermosa maleza sonora que se niega a ser domesticada.
🎧 La Playlist de la Semana: "Descendientes de Loveless"
Una colección de canciones que no existirían sin el ruido y la melancolía de My Bloody Valentine.
"Vapour Trail" - Ride (Oxford)
"Sugar Hiccup" - Cocteau Twins (Londres)
"When the Sun Hits" - Slowdive (Reading)
"Aura" - Asobi Seksu (Nueva York)
"Bigger than Life" - Nothing (Filadelfia)
"The Concept" - Teenage Fanclub (Glasgow)
