🎸 La Onda Subterránea de 1991: El Ruido Antes del Diluvio
El año 1991 no fue un simple giro de calendario; fue una bisagra, el ruido ensordecedor justo antes de que el mainstream se diera cuenta de que el verdadero terremoto venía de abajo, de las grietas del underground. Lo recuerdo bien. Estaba yo en un departamento minúsculo de la Colonia Roma, en la Ciudad de México, rodeado de casetes maquetados con una estética que hoy llamaríamos DIY (Do It Yourself), bebiendo café que sabía a ceniza y escuchando el futuro a través de altavoces de segunda mano. Había una intensidad febril, como si todos intuyéramos que la inocencia estaba por terminarse.
La música se movía por inercia propia, por una necesidad visceral, sin la brújula de un cheque millonario. En esos días, el concepto de "escena" no era un nicho de mercado, sino una red de supervivencia, algo tangible que podías tocar en un fanzine fotocopiado en blanco y negro o sentir en el suelo pegajoso de un club de mala muerte. El espíritu era el de Lester Bangs en su mejor momento: ruidoso, sincero hasta el dolor y completamente ajeno a las reglas de la industria.
Pienso en bandas que en ese momento eran puramente subversivas, operando en la clandestinidad gloriosa de los sellos independientes. En Seattle, la onda expansiva del grunge ya se sentía, aunque todavía no era el monstruo mediático que se convertiría. Álbumes como Gish de The Smashing Pumpkins de Chicago o el debut homónimo de Cypress Hill de Los Ángeles marcaban territorios nuevos. Pero si buscabas la esencia pura de lo underground, debías mirar un poco más a los lados.
En Dublín, My Bloody Valentine lanzó Loveless, una obra maestra del shoegaze que era como escuchar el interior de un sueño febril y ruidoso, un disco que redefinió la textura del ruido. No es rock para estadios; es una meditación densa y hermosa. Por otro lado, en Louisville, Kentucky, Slint nos daba Spiderland, un trabajo que con su math rock hipnótico y narrativas oscuras, cimentó lo que después se conocería como post-rock. Eran los silencios entre las notas, el terror sutil, lo que hacía ese disco tan demoledor. Esos discos, de forma casi imperceptible, cambiaron la manera en que la gente escribía música.
No podemos olvidar el trip-hop que se cocinaba a fuego lento en Bristol, con el debut de Massive Attack, Blue Lines. Era como si la música negra y la electrónica más avanzada hubieran decidido tomar un taxi juntas en medio de una niebla melancólica. Una elegancia callejera y oscura, muy alejada de la euforia predecible del pop de entonces.
Y en nuestra tierra, en el Distrito Federal (como todavía le decíamos), bandas como Maldita Vecindad y Los Hijos del Quinto Patio lanzaban El Circo. Aunque se movía en circuitos más grandes, su raíz era la misma: una mezcla furiosa y sincrónica de tradición y punk-rock que solo podía nacer en el asfalto caótico de nuestra ciudad. Era la crónica de la Ciudad de México cantada con saxofones y rabia.
La escena subterránea de 1991 era un catálogo de posibilidades infinitas, como entrar a una librería en un día lluvioso y encontrar un ejemplar de primera edición de tu libro favorito, esperando en un rincón. Cada casete, cada vinilo, era un mapa hacia una nueva forma de pensar la música. Me recuerda a una frase que leí una vez en una novela de Haruki Murakami: "Cuando el viento se levanta, uno tiene que intentar vivir soplando el viento." En 1991, el viento no soplaba, rugía. Y el underground fue el primero en volar con él.
🎧 La Playlist de la Semana: "1991: El Último Año Secreto"
Una inmersión profunda en el sonido que estaba gestándose en los rincones más oscuros del mapa musical.
"Movin' On Up" - Primal Scream (Glasgow)
"Only Shallow" - My Bloody Valentine (Dublín)
"Breadcrumb Trail" - Slint (Louisville)
"Safe from Harm" - Massive Attack (Bristol)
"Siva" - The Smashing Pumpkins (Chicago)
"La Gran Señora" - Maldita Vecindad y Los Hijos del Quinto Patio (Ciudad de México)
"Under the Bridge" - Red Hot Chili Peppers (Los Ángeles)

